Un segundo relato que se nos pidió en clase. Esta vez debíamos empezar con la frase "Ese verano no había olido el mar, me había quedado...". Y aunque lo que yo he escrito no tenga demasiado que ver y cambie el asunto por completo a quedado algo así...
Ese verano no
había olido el mar, me había quedado sin aquella ocasión tan anhelada de
caminar con los pies descalzos sobre la arena húmeda, tranquila, consiguiendo
esa perfecta sensación de paz. Aquel año era distinto a los demás. Dieciocho
años recién cumplidos que conllevaban una parte mala. El futuro. Había muchas,
demasiadas decisiones importantes que podrían llevarme por el buen camino o
derrumbarme al minuto. Iba a repetir la prueba de selectividad en septiembre
para conseguir una media superior y pensé en lo que vendría después. Empecé a
darle vueltas al asunto y en ese instante sucedió. Ese momento cuando sabes que
ya no puedes simplemente tirarte en el suelo con tu caja de juguetes, dispersarlos
por tu cuarto y jugar con ellos durante horas. No. Te das cuenta de que esos
dieces que solías obtener, ya no valen. Nada. La vida ya no es tan
fácil como en esos tiempos. No es como tú la imaginaste durante esas noches en
las que corrías hasta tu cama para dejar sollozos incomprendidos en tu almohada
y pedías por favor crecer. Ahora todo es a la inversa. Me encantaría tener una
máquina del tiempo y así apreciar los viejos programas de televisión, que ahora
que vuelvo a ver, me doy cuenta que siempre fui demasiado joven para ellos. La
presión crece. Tienes encima de ti advertencias, “cuidado con el alcohol”,
“cuidado con las drogas”.
Estoy confundida
y asustada. Muy asustada. No sé que me deparará el futuro. Trato de ser
positiva pero es duro. Siempre hay un obstáculo frente a ti que impide que
avances. Ya no hay, es más, ya no debe haber la posibilidad de que alguien se
responsabilice cuando yo me veo incapaz de ello. No. No porque ahora soy yo es
“alguien”. Tus responsabilidades cambian y hasta tu mente llega a cambiar. Ya
no piensas igual. Cada día aprendes cientos o miles de cosas nuevas.
La cabeza te
acaba doliendo, al borde de estallar. Tus sentimientos están confusos a la vez.
No sabes qué hacer, pero sé que todo esto es necesario. Porque he crecido, debo
saber de la vida y aprender de ella. Conseguir controlarlo todo, absolutamente
todo lo que se te ponga en frente. Debo hacerlo, porque ya no soy una niña, mis
temores ya no son cuentos infantiles de miedo. Ahora le temo al fracaso, a la
soledad, a la falsedad e hipocresía que hay en el mundo. Comienzas a tener
ideas revolucionarias que crees que pueden cambiar al mundo. Das tu opinión y
nadie te toma en cuenta porque eres mayor, pero no lo suficiente. Nunca es
suficiente. Quieres comerte el mundo pero sientes que él te está comiendo a ti.
Hoy conozco ya la decepción, conozco la corrupción. Abro los ojos y veo que el
mundo está podrido y quiero llorar. Llorar sin saber exactamente la razón.
“Llora. Llorar
está bien”, dicen todos. Te lo repiten y aunque tú sabes que es verdad y
quieres creerlo, no puedes, ¿por qué iba a estar bien algo que te deja tan mal?
Pero es verdad, llorar está bien. Explotas toda la rabia que tienes dentro.
Rabia acumulada porque no vas a tener todo lo que siempre deseaste. No de una forma
tan fácil. Llorar porque estás viviendo en la realidad y no en una de esas series
a las que eres adicta. El mundo no es sencillo. Ni un poquito.
Todo es difícil.
La vida es difícil. Pero lo conseguiré. Porque ya soy adulta. Una adulta que
toma sus propias decisiones. Ya he crecido y poco a poco estoy madurando. Cada
día seré una mejor persona, que si bien tal vez no cambie el mundo, se cambiará
el mío propio. Mi versión personalizada. Tengo que luchar por mi propia
felicidad, y en cuanto alcance esa meta podré calmarme y volver a caminar por
la orilla del mar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
¡Deja tu comentario!